lunes, 4 de julio de 2011

Miserias de la Ciencia


La ciencia no es ajena a sus creadores, está modelada a imagen y semejanza de las preocupaciones e intereses de quienes se dedican y ocupan de ella (sesgo interno), pero también a las preocupaciones e intereses de quienes proporcionan o limitan los recursos necesarios para que pueda desarrollarse (sesgo externo), y por supuesto, imbuida de la colección de creencias de su momento histórico, de las condiciones en las que se desarrolla (sesgo circunstancial).

En un mundo como el nuestro, organizado desde criterios económicos e intereses políticos, la ciencia está sometida a limitaciones ajenas a su esencia y posibilidad. La ciencia ya no sigue una evolución propia, genuina, auténtica, como ocurría en el pasado; más bien, es un instrumento al servicio del poder en todas sus formas.

En estos primeros años del siglo XXI, numerosos hallazgos científicos deben su existencia a la acumulación de diversas subvenciones, concedidas con nepotismo a los investigadores más afines, que incluyen la impronta del mecenazgo oficial (sesgo público o de Estado), mientras que otros se han producido por que algunos empresarios han visto posibilidades de negocio en su ejecución (sesgo privado o de Mercado).

Al contrario que en el pasado, escasos descubrimientos del presente deben su existencia a la genialidad inventora de individuos independientes, ocupados y preocupados de los problemas de su tiempo, y las necesidades de la sociedad que les acogía. La ciencia, sufre tal cantidad de sesgos y lastres en nuestros días, que se ha empobrecido y enrarecido como nunca antes lo había hecho, desde su aparición hace 25 siglos.

Ni en la Edad Media, estuvo la ciencia tan sometida al poder como en nuestro tiempo. Hoy no es necesaria la Santa Inquisición, para concluir con las pretensiones más honestas de los investigadores, basta con someterlos a la nómina mensual, al objetivo de equipo, al interés general, a lo políticamente necesario, o a lo más rentable para la empresa, para que se quemen todos sus sueños. Hoy somos mucho más civilizados, no es necesario quemar a los científicos en las hogueras, basta solo con incinerar sus ideas en el horno de la burocracia, o en la lumbre del olvido.

Hay una peligrosa paradoja que está aconteciendo hoy en el ámbito de la ciencia. La ciencia se ha socializado por completo, se ha organizado socialmente desde criterios políticos, sin haber llegado a establecerse previamente su control social, desde criterios sociales independientes, por lo que su orientación se vincula cada día más al poder en todas sus formas y menos a las auténticas necesidades de la sociedad. Esto resulta muy peligroso en sus comienzos, pero estoy seguro de que empeorará.

No cabe la menor duda que se está produciendo un retroceso moral en las finalidades últimas de la ciencia, por no hablar sobre cuestiones éticas. En el largo proceso de creación científica, las necesidades humanas han pasado de ser objetivo prioritario, a una cuestión simplemente secundaria, instrumental.

La ciencia, se organiza en función de las necesidades de autores, promotores y patrocinadores, pero no está nada claro que las motivaciones de los inductores de la actividad científica, coincida con las necesidades perentorias de los seres humanos en los que deberían redundar sus beneficios.

El interés prácticamente exclusivo por la ciencias aplicadas, ha desplazado a las básicas del tradicional altruismo que ha guiado la ciencia, por una simple cuestión de utilitarismo. Son cada vez más escasas y excepcionales las ocasiones en que la ciencia no sigue la lógica de la rentabilidad. Un ejemplo en el ámbito de la salud es lo que se ha venido denominando como “enfermedades extrañas”, que al no ser padecidas por una cantidad “rentable” de ciudadanos, no reciben recursos para investigarlas.

La ciencia no está hoy al servicio del hombre, ni se ocupa exclusivamente de la resolución de sus problemas; por el contrario, sirve a los intereses patrimoniales de sus auténticos dueños, que son siempre los que la financian, no los que la hacen.

Nos lo recuerda Javier Flax, en su obra “Ciencia, poder y Utopía: las posibilidades de la ciencia en Argentina” (Siglo XXI, 1992): “La investigación científica siempre se halla condicionada, sea básica o aplicada, directa o indirectamente, explícita o implícitamente, por mucho que les pese a aquellos científicos que prefieren vivir en la ilusión de un saber inmaculado"

Con la acumulación de logros científicos, comunicaciones inmediatas, y procesamientos informáticos, prácticamente han desaparecido las investigaciones más genuinas, desarrolladas en la soledad de un laboratorio. Hoy los congresos internacionales o las revistas temáticas, no desvelan más que las líneas de investigación de los principales grupos organizados. La ciencia se ha sometido definitivamente al control del poder, con lo que ha perdido su libertad de acción.

En cada proyecto científico que surge, se organizan diversos escenarios de investigación entrelazados a lo largo del mundo, que desarrollan su actividad al mismo tiempo, incluso de forma escalonada, o fragmentaria. Hay ejemplos como el proyecto Genoma, la investigación del Sida, o determinados productos farmacéuticos, lo que contribuye a la alienación del trabajo de los científicos, que solo poseen una parte del resultado, alejándoles del resultado fina, y por supuesto de su control.

La eficiencia en la utilización de recursos consigue siempre una eficacia razonablemente aceptable, pero no avances geniales, no saltos cualitativos. La ciencia programada se hizo en la Unión Soviética durante décadas y se observó, como la competitividad occidental, que no la inteligencia, logró resultados más importantes en todos los ámbitos. La evolución de la ciencia auspiciada, se está aproximando cada día más al nefasto desarrollo de la política agraria en la extinta Unión Soviética de la época de Breznev y sus planes quinquenales, donde se cultivaba el hambre del futuro.

El azar y la casualidad, han desaparecido del escenario científico, cometiéndose un error muy grave. Que el fin último de la ciencia sea explicar y predecir, resolver las ecuaciones hipotético-deductivas, obtener resultados rentables, no puede reducir la percepción y el criterio científicos, exclusivamente a la posibilidad de horizontes próximos, de metas accesibles. La ciencia necesita de la utopía como nosotros necesitamos de los sueños.

Las utopías también forman parte de la ciencia, y los hallazgos casuales, como la serendipity o el eureka, deben seguir constituyendo una opción de esperanza en los investigadores. Un mundo plenamente controlado y planificado nunca puede ser un mundo libre. Si se excluye la inducción, la perspicacia, la curiosidad, y los motivos personales del proceso científico, ¿de dónde surgirán las hipótesis?.


UNA CIENCIA PERJUDICIAL

Cada día resulta más evidente que la ciencia ha creado y crea nuevos problemas al ser humano, como son cuestiones relacionadas con la energía nuclear, los cultivos transgénicos, la clonación, o el calentamiento global; esto ya se había producido con la Revolución Industrial. La razón última de las investigaciones que hacen daño a nuestra especie, sencillamente se hacen por que puede producir beneficios a alguien, aunque para alcanzar este objetivo perjudiquen a la inmensa mayoría, incluidas las generaciones próximas.

Aunque esto no es nada nuevo, muchos de los avances humanos que hoy disfrutamos en nuestros hogares, por ejemplo internet o algunas formas de conservación de alimentos, se deben al desarrollo de tecnologías que en principio iban destinados a la industria bélica, que es la que mayores presupuestos ha disfrutado a lo largo de la historia. Lo que sirve para la guerra, se puede consumir en tiempos de paz. ¿Pero quién sabe lo que se investiga hoy en la industria militar?.

Grupos de intereses no científicos, guían y dirigen hoy la ciencia. Los intereses del mercado-estado (“establishment”) prevalecen sobre los motivos genuinos de la ciencia y los científicos, y sobre las necesidades de sus receptores que deberían aglutinarse en la búsqueda del “bienestar humano” (concepto que es necesario redefinir, lo haremos en otra ocasión).

El secuestro de científicos por el sistema de poder, ha conducido a una proletarización funcionarial de sus actividades, que correlaciona inversamente con la creatividad que manifiestan. Un arquitecto, si pierde su condición artística, se transforma en un albañil. Esto es lo que se pretende e induce desde las gerencias políticas, para compatibilizar los descubrimientos posibles, con los intereses políticos y comerciales.

Se deben recordar las palabras de Ivan Illich (1926-2002), en su obra “Celebración del conocimiento”, que resumen lo que estamos diciendo: ”solamente una revolución cultural, que restablezca el control del hombre sobre su medio, puede reducir la violencia que se deriva del desarrollo de instituciones que solo sirven al interés y beneficio de algunos”.

La utilidad prima sobre la necesidad, afianzando las propuestas de Ricardo frente a las críticas de Marx, que se quejaba de los intereses capitalistas diciendo: “quisieran que la producción se ciñera exclusivamente a “cosas útiles” (aunque se podría traducir como bienes para el consumo), pero se olvidan de que la producción de demasiadas cosas útiles, va acompañada de demasiada gente inútil”.

La ciencia, que siempre ha sido una invitación a la esperanza, se está convirtiendo en envoltorio de intereses mercantiles y políticos, que llegará tarde o temprano a inducir la desconfianza en la sociedad que soporta sus consecuencias, sean positivas o negativas.

La ciencia no puede ser ajena a los intereses de la sociedad en que se desarrolla y debe superar los objetivos mercantiles y proselitistas del Estado-Mercado (“Establishment”) que la patrocina.

Esto requiere un cambio radical en la administración y gestión de los recursos y sus privaciones; si la sociedad no se organiza y exige un cambio de planes, que se ciña a los intereses que le procuren auténticos beneficios, estará condenada al olvido de sus expectativas, inducida a la desconfianza en sus investigadores, y a sufrir retrasos insoportables en la llegada del máximo bienestar posible.

Si permitimos que “la mano invisible” de Adam Smith siga dirigiendo las cosas, algún día descubriremos que en realidad era una zarpa, no una mano.

Numerosos pensadores, científicos, filósofos, se han unido desde hace décadas en el elevado objetivo de frenar el secuestro de la ciencia por sus proxenetas, pero lamentablemente sus discursos no llegan con facilidad al gran público, tal vez por que los medios de comunicación que deberían de transmitirnos sus palabras, estén gobernados por los mismos intereses de los que promueven las investigaciones científicas rentables.

Entre los pensadores que han dedicado buena parte de su vida a esta cuestión, se cuentan autores tan relevantes como los siguientes: Albert Einstein, Bertrand Russell, Fréderic Joliot-Curie, Bernard T. Feld, Victor Weiskopf, Joseph Rotblat, John D. Bernal, Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Ana María Cetto, Luis de la Peña, Noam Chomsky, Ivan Illich, Germinal Cocho, Steven Rose, Jean-Marc Lévy-Leblond, Pablo González Casanova, Tomás Brody, y muchos otros.

Los misterios de la ciencia, han sido desplazados por las miserias de la ciencia. Miseria y no misterio, es lo que conducirá la investigación científica en un futuro inmediato; durante el tiempo que dure, en tanto que se aleja de sus fines más honestos, viviremos una época de ciencia miserable, con el objetivo último de proporcionar excesivas prebendas a una minoritaria élite de privilegiados cóngeneres, que son absolutamente ajenos a su esencia y a nuestras necesidades, pero no a los beneficios que les van cada día separando más de nosotros.

Enrique Suárez
(01/11/206 - Paraserfeliz)

Alcatraces contra el viento